Suma y sigue.

Los que se hayan dado un paseo por aquí, a lo mejor leyeron en su momento y recuerden la historia inversora de «Miss Y».

Haciendo un breve resumen, os diré que «Miss Y», no tenía ni idea de inversión, pero como muchas personas sentía esa voz interior que le decía «tienes que hacer algo».

La diferencia es que «Miss Y», efectivamente hizo algo: tras una conversación que mantuvimos allá por el año 2011, compusimos un plan de inversión para el que no había que saber absolutamente nada de finanzas. Nada. Y lo único que le pedí fue un poquito de dinero, y sobre todo lo demás, mucha constancia.

Tan sencillo como suena. Tan real como pudisteis leer cuando conté su historia por primera vez: «Miss Y» empezó con 50 euros al mes en 2011, y en 2016 (fecha en la que yo conté su periplo inversor) acumulaba un pequeño patrimonio de 6708,65€.

Pero, ¿qué pasó con «Miss Y»?. ¿Siguió con su plan?¿Fué capaz de continuar su aventura inversora?.

Hace poco nos volvimos a ver, y como fruto de esa coincidencia, no encuentro mejor maneras de contaros lo que ha sucedido desde entonces:

 

Efectivamente, «Miss Y» ha seguido fiel a su plan. Los 50€ que estuvo dispuesta a perder «por probar» en 2011 se han convertido en 77,59€. Los 50€ que puso al mes siguiente «porque no había pasado nada», se han transformado en 80,54€. Los 50€ de su tercer mes, como continuó porque «al fin y al cabo tampoco la cosa varía tanto», valen hoy 77,40€… y así, hasta el día de hoy.

Los 6708,65€ de 2016 quedan atrás. En abril de este año, «Miss Y» había puesto de su bolsillo (tan poco a poco como se ve en su extracto) 8945€, y el valor de esos euros invertidos es de 11.164,96€. Mil fluctuaciones por el camino, pero a día de hoy ella ya se siente muy confortable con eso.

Si realizamos un análisis superficial, podremos concluir que «Miss Y» ha tenido suerte. Tanta, que en el momento que refleja este último extracto, ni siquiera las participaciones más recientes tienen minusvalía. Pero el camino no ha sido así, en el camino ha habido muchos altibajos que la constancia ha conseguido superar.

Una vez más, el tiempo se confirma como un muy buen aliado para poner orden en el aparente caos del corto plazo. Y si profundizamos un poco más en nuestro análisis siguiendo el hilo de la primera vez que conocimos a «Miss Y»… ¿cuánto deberían caer los mercados para que el extracto de «Miss Y» refleje una pérdida de dinero en sus primeras aportaciones?. Pues os facilito el cálculo: más de un 35%. No es imposible un descalabro de esta magnitud, pero no pasa ni mucho menos todos los días…

Por la parte que me toca, pues la verdad es que esta es de esas cosillas que le enorgullecen a uno: lejos de la tónica general, prácticamente lo único que le sugerí a «Miss Y» fue una cosa: constancia. Y algo aparentemente tan sencillo parece que está dando resultado.

Si le preguntamos a «Miss Y» sobre su experiencia, no nos sorprenderemos de escuchar cosas como «la verdad es que no me doy ni cuenta porque las aportaciones  no son muy grandes» o «llegan a pasar varios meses en los que ni siquiera lo miro»… que se resume finalmente en un «parece que no… pero poco a poco la cantidad empieza a resultar interesante» y el inevitable «si lo llego a saber, hubiese empezado con todo esto muchísimo antes».

Y para concluir, una última reflexión: independientemente de lo que suceda (que el mercado suba, o baje, que se descalabre o que se vaya directamente a la luna), lo que sí que pasa, y sigue pasando, es el tiempo, que es como el viento que empuja el barco inversor de «Miss Y»… quien un día de 2011 apartó sus temores y se embarcó en un viaje que todavía no ha terminado y tiene visos de seguir por muchos años.

   Y quien sabe… «Miss Y» es joven. El tiempo corre a su favor. Tal vez con un poco más de esfuerzo, con un poco más de suerte, y con la misma constancia, ¡alcance el puerto de la (f)independencia!


Desde aquí, de nuevo mi agradecimiento a “Miss Y” (nombre ficticio) por facilitarme una vez más su extracto y permitirme publicarlo aquí.

La muerte del trabajo tal como lo hemos conocido.

La muerte del trabajo tal como lo hemos conocido” es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


Ser padre es uno de esos hitos vitales que dan un giro a la vida de cualquiera. Cualquiera que haya pasado por ello sabe a qué me refiero. Los que no, podrán imaginarlo, aunque me temo que la realidad supera con creces cualquier expectativa.

En cualquier caso, creo que sí es fácil imaginar el aumento de las satisfacciones/preocupaciones que el “equipaje” familiar conlleva (el término “carga” lo encuentro algo peyorativo, el equipaje se lleva casi siempre voluntariamente). Y como parte de las preocupaciones que pueden pasársele a cualquier padre o madre por la cabeza está, como no pude ser de otra forma, el futuro de sus hijos.

Sobre este aspecto quiero dejaros por aquí mi especulación personal sobre el escenario que creo puede materializarse más a medio plazo que a largo…

El trabajo, tal como lo hemos conocido, se ha acabado. Ha muerto. Creo que no soy capaz de imaginar el futuro la continuidad del sistema actual. Un sistema que empieza a notar síntomas de agotamiento… Creo que en alguna ocasión he intentado transmitir desde estas mismas páginas que donde todo el mundo veía una crisis económica, unos cuantos veíamos un cambio de modelo económico, y este “no terminar de salir de la crisis” forma parte de él.

Sinceramente, ¿podemos esperar para nuestros hijos puestos de trabajo como los hemos conocido nosotros? ¿Contratos indefinidos? ¿Una nómina? ¿Un puesto de trabajo “fijo” al que acudir?  El cambio creo que ha empezado a hacerse visible: ahora se trabaja casi desde cualquier lado: la irrupción de la tecnología y la conectividad entre las personas permite un esquema mucho más dinámico para todo. Más dinámico, más productivo, más eficiente… pero mucho más volátil.

Si nos paramos a pensar… el conocimiento y la manera de hacer de nuestros años de estudiante… ¿dónde han quedado? (¡Uf!, me siento MUY mayor viendo mi primer trabajo hecho con una máquina de escribir). ¿Cómo ha evolucionado? Creo que no hay ningún área de conocimiento que se haya salvado de la disrupción (más que irrupción) tecnológica.

Pero ya no es sólo eso. Si miramos a un pasado más reciente, correremos el riesgo de sorprendernos de lo efímeras que son las cosas del siglo XXI. Las tangibles, y las intangibles.

Vivimos en una época en la que casi cualquiera que tenga acceso a internet puede resolver situaciones antes reservadas a especialistas: desde arreglar un electrodoméstico viendo un tutorial en YouTube, a realizar algún trabajo más complejo siguiendo un tutorial, o reutilizar el conocimiento obtenido en una web especializada como punto de partida para una nueva investigación.  El conocimiento se apoya ahora en un conocimiento previo, compartido y accesible casi inmediatamente… que nos otorga un punto de partida con ventaja, para todo. Y casi en cualquier materia.

Con este punto de partida ventajoso, ¿Quiénes serán los profesionales más buscados?, ¿los que acumulen gran cantidad de conocimiento o técnica?… ¿o los que sepan buscar ese conocimiento o técnica rápidamente… y cambiar también rápidamente de una disciplina a otra?

Lleva ya acuñado algunos años el término “knowmads”: un juego de palabras que viene a tratar de definir a las nuevas generaciones de estudiantes y profesionales como “nómadas del conocimiento”, precisamente para designar ese perfil que vive en un cambio constante, adaptándose a él, saltando de un área de conocimiento a otra… y entiendo que también, de un trabajo a otro.

Con esto en la cabeza, enfrento nuestros métodos de ahorro e inversión a los que un trabajador “nómada” puede permitirse… El ahorro periódico y sistemático se vuelve complicado con la “volatilidad laboral”.

Pero todo va a la par… Y la inversión tampoco se libra de la disrupción digital: tal vez la solución de nuestros hijos pase por utilizar sistemas automáticos de inversión o “robo advisors” para gestionar su economía.

Con todo esto, tampoco podemos pretender que la educación de los hijos siga igual. Si queremos prepararles para el siglo XXI será cuestión de ponerles delante lo que seamos capaces de anticipar que les espera. El mundo está cambiando y también los términos que definen lo que está pasando (“disrupción tecnológica”, “knowmads”, “gentrificación”, “gamificación”… “robo advisors”, “community manager”, “YouTuber”, “viral marketing”…). Tal vez un buen comienzo sea conseguir entender y emplear su mismo lenguaje, con lo efímero de su contexo y plazos, y toda esta volatilidad que empieza a ser frecuente en casi todo de nuestro mundo.

… y tal vez así, consigamos añadir a éste particular diccionario el término (f)independencia.  🙂

Gestión Activa vs. Gestión Pasiva… desde la experiencia.

«Gestión Activa vs. Gestión Pasiva… desde la experiencia» es un artículo escrito por Ernesto Bettschen.


Últimamente veo un interés especial en contraponer el modelo inversor de gestión activa frente al cada vez más popular modelo de gestión pasiva.

Creo que haber estudiado y llevado a la práctica ambos modelos confiere a mi opinión un valor que no he encontrado en los muchos artículos que he leído sobre el tema.

Para realizar un poco mejor este análisis, deberíamos definir un poco más en profundidad qué es lo que estamos comparando, porque hay muchas formas de gestión activa, y tantas otras de gestión pasiva.

En el caso que nos ocupa, yo voy a entender como gestión activa la llevada a cabo por gestores de fondos de inversión, que componen sus fondos mediante la selección y rotación periódica de los valores que componen su cartera. Esto mismo podría extrapolarse al inversor particular que decide crear su propia cartera de acciones, seleccionando y rotando periódicamente dichos valores.

Por gestión pasiva, en este caso, entenderé la que se apoya en una selección de fondos indexados, sin más gestión que la del rebalanceo que debe aplicarse en caso de que la cartera se descompense debido a las fluctuaciones del mercado.

Con sólo estos datos, tratar de enfrentar ambos modelos y obtener verdades absolutas resulta harto difícil, pero sí que, en base a la experiencia, podemos anticipar algunas conclusiones.

La rentabilidad obtenida (dato en el que hacen mucho hincapié casi todos los análisis que he leído) no es un dato relevante. Ambos modelos pueden hacerlo mal o bien, dependiendo de su contenido. (¡Pues vaya “ciencia” de andar por casa, ¡oiga!). También la rentabilidad varía dependiendo del plazo. Pero no perdamos el foco de que lo que realmente estamos comparando es la gestión, y aquí es donde mi análisis se despega de los demás.

Centrados en la gestión, es evidente que una cartera de fondos indexados es muy fácil de confeccionar. Con unos pocos fondos de este tipo podemos cubrir prácticamente la economía del planeta entero. Y esto proporciona un altísimo grado de diversificación. No digo con esto que mediante fondos de gestión activa no pueda lograrse un alto grado de diversificación, pero creo sinceramente que no al nivel que proporcionan los fondos indexados. Por poner un ejemplo, el índice MSCI North America lo constituyen 723 valores en el momento de redactar este artículo.

Llegar a este nivel de granularidad con fondos gestionados activamente o acciones, es simplemente ineficiente: ya sólo las comisiones de confección de la cartera lo vuelven inviable.

Por otra parte, la gestión pasiva simplifica mucho el proceso de elección de activos. Con un fondo indexado se proporciona un “lote” que se gestiona automáticamente según varíe el contenido del índice que el fondo replica. Está claro que una buena selección de acciones o de fondos de gestión activa pueden batir con creces en rentabilidad a un fondo indexado, el problema reside en dar con esa combinación ganadora de acciones o fondos… y más todavía si la inversión se mantiene a largo plazo. En un plazo de 10 años, casi el 90% de los fondos gestionados activamente no baten a su índice de referencia. Si el plazo aumenta a 15 años… sólo un 4% pasaría la prueba…

Los costes también son importantes. Siempre lo son. Dar cifras de rentabilidad “bruta” no tiene ningún sentido. Un fondo (cualquiera, indexado o no) con buen desempeño, pero lastrado por unos costes elevados y con el peso de la inflación añadido, puede estar generando pérdidas. Sucede que los fondos de gestión activa tienen un coste total que suele ser más elevado que el de los fondos indexados. Hablamos de una proporción nada desdeñable: la gestión activa parte de un punto que ya es hasta tres veces más caro que el de la gestión indexada. Para afirmar esto, basta con ver la carga de comisiones de ambas gestiones: un fondo indexado al mercado norteamericano, europeo o asiático tiene una comisión total de un 0,30% o 0,35% anual. La gestión activa más barata cuesta encontrarla por debajo de un 1, 10%.

Tal vez esta enorme diferencia no se aprecie dando la cifra porcentual, pero si tuviésemos un millón de euros invertido, la comisión pasaría de 3000€ a más de 10000€… y con esos 7000€ que hay de diferencia podría montar cuchipandas, jolgorios y parrandas varias dignas hacernos sonreír en nuestro momento postrero…

Y una consideración adicional sobre los costes: muchos intermediarios del mercado de valores, cuando la inversión es en acciones, nos erosionan un poco más el patrimonio si no realizamos un número determinado de operaciones al año… y así, podemos caer en recibir comisiones de custodia de los valores, por cobro de dividendos, etc, etc, etc…

Mención aparte, aunque necesaria, requiere también el coste fiscal: mientras que los traspasos entre fondos (tanto de gestión activa como pasiva) pueden realizarse sin pagar peaje fiscal, la misma operación con acciones requeriría forzosamente una venta… que consolidaría un beneficio o pérdida, y el consiguiente pago a hacienda, si procediese. Es verdad que ese mismo peaje lo pagarán también los fondos al reembolsarse, pero la gestión pasiva hace que los valores que componen el fondo cambien sin tener que recurrir a la compra/venta de dichos valores. (Este mismo motivo es el que hace la gestión pasiva mediante ETFs algo menos eficiente que la operativa con fondos de inversión, ya que los ETFs no se pueden traspasar si no es mediante una venta con su correspondiente compra, pagando comisión por ambas operaciones y añadiéndole el peaje fiscal correspondiente).

Para cerrar el aspecto de los costes, indicar que reinvertir el dividendo de las acciones, incurre en el coste de la operación de compra correspondiente, mientras que los fondos, generalmente repercuten el dividendo al patrimonio del fondo, haciendo la operativa mediante fondos algo más eficiente.

Así que como fruto de este análisis, podemos concluir que en el largo plazo (10 años o más), casi siempre será más ventajosa una gestión pasiva basada en fondos indexados que la gestión mediante fondos de gestión activa y la gestión de una cartera de acciones: por diversificación, por costes asociados y, como consecuencia final de todo ello, por rentabilidad. Y la probabilidad de dar con una cartera de acciones / selección de fondos (de gestión activa) que lo supere es de 1 contra 10.

En contrapartida, la inversión en fondos indexados es sumamente aburrida. Tanto que casi todos los inversores pasivos no podemos evitar alegrar un poco la fiesta con una cartera de acciones… que nada nos impide quedarnos con lo mejor de los dos mundos.

Pronósticos para 2018.

Con el fin de año y la llegada del año nuevo sistemáticamente aparecen en la prensa sepia y revistas especializadas los inevitables pronósticos sobre el mercado: que si EEUU hará esto o lo otro, que si tal valor tiene un potencial de revalorización de tanto, que si el oro dejará de ser valor refugio para dar protagonismo a la renta variable… bla, bla, bla… Y así, todos los años.

Pero luego pasan cosas. Cosas que proporcionan la justificación de por qué el pronóstico no se cumplió… ¿Quién iba a prever que esto o aquello pasase?…

Nadie.

Y, efectivamente: a día de hoy, nadie es capaz de predecir el futuro. Y sin embargo, ahí tenemos todos los años la misma retahíla de pronósticos

Mi experiencia, y el escepticismo que ésta me ha proporcionado sobre este asunto en concreto, me lleva a afirmar que con los pronósticos pasa lo mismo que con las acciones de una cartera de valores: si los diversificamos, con alguno acertaremos… Y será exclusivamente ese al que nos agarremos para demostrar lo acertado de nuestra predicción. Nuestra valía como analista. Nuestro bagaje como “gurú”.

Personalmente, me quedo con el pronóstico asombrosamente breve e infaliblemente exacto de J. P Morgan, el financiero más poderoso de finales del siglo XIX y principios del XX: el mercado fluctuará.

Y simplemente esto nos proporciona a nosotros, pacientes inversores de largo plazo, una inestimable información para seguir con nuestro monótono y aburrido (pero efectivo) plan.

Y con el único objetivo de que comencemos el año con el ego potenciado, os dejo por aquí una observación que no por simple deja de ser cierta: en lo que a finanzas se refiere, el que más sabe, no sabe nada de lo que va a pasar.

Con esta premisa, mis pronósticos se quedan en algo mucho más superficial (pero infinitamente más práctico): si no haces nada, nada cambiará. Si haces lo mismo que el resto de la gente, obtendrás los mismos resultados.

Para 2018 te animo a que te des la oportunidad de ser (f)independiente.

Y por supuesto, quiero desearos a todos un ¡feliz año nuevo!.

2046.

“2046” es un artículo escrito por Ernesto Bettschen.


Año 2046. Todos nos equivocamos. Así es. Nuestro temor nunca se materializó. Llegamos al final de nuestra vida laboral, y las pensiones se siguen pagando. Nunca pasó nada. Nunca llegó ese fatídico momento en el que algún político nos comunicó desde su atril que se acabó. No pasó. Llegó la edad de jubilación, y nos jubilamos. Algunos ni siquiera tuvieron esa oportunidad, la de llegar al final y terminaron abruptamente antes de tiempo, pero esa es otra historia. Los que mejor o peor llegamos a la jubilación, aquí estamos… aquí seguimos… Nunca pasó nada.

Lo que tal vez no nos explicaron bien fue esa suerte de cambios regulatorios que tan silenciosamente quitaron el lustre a esos años dorados que teníamos como expectativa… y ahora vivimos un drama social, consentido y aceptado por casi todos. Y es que casi todos no hicieron nada. Se dijo durante años que el sistema podía quebrar. Que las pensiones no se pagarían, que todo era una especie de sistema piramidal… pero eso no pasó. O no pasó como esperábamos que pasase. Sin embargo, resulta que la cuantía de la prometida pensión resulta que no cubre ni las necesidades básicas. Digamos que es un pago que no deja de ser algo simbólico… Pensado fríamente, una broma de muy mal gusto gastada año tras año, euro a euro, hasta hoy.

Debimos darnos cuenta cuando allá por 2014 el gobierno desligó el aumento de las pensiones del IPC. Cuando crearon ese mínimo excepcional de subida del 0,25% que paradójicamente, más que excepcional se convirtió en la norma. El máximo propuesto (la inflación más el 0,25%), nunca se materializó… Pero la vida seguía su curso, y ese IPC no dio tregua. Hubo años, que fue bajo, pero los precios, subían… como siempre lo han hecho. Más o menos, pero subían. Y no dejaron de hacerlo. Y así en poco más de 20 años (como nos indica la media histórica), el coste dela vida se incrementó casi el 50%… Mientras que la cuantía de nuestra pensión apenas llegó al 6%…
Algunos que vimos las orejas al lobo hicimos cosas: planes de pensiones, inversiones… y entonces éramos vistos casi como “bichos raros”… Frívolos, como poco, dispuestos a “jugarnos el dinero” en los mercados financieros. Otros no hicieron nada…

Bichos raros entonces y bichos raros ahora, porque esa pequeña diferencia en nuestro abono de haberes, fruto de nuestra inversión, nos hace sentir incómodos en medio de la miseria generalizada. No es mucha diferencia, pero se nota. Y poderse permitir alguna licencia en estos tiempo que corren, a veces genera envidias. Casi nadie nunca vio ni entendió el esfuerzo y sacrificios de años y años de ahorro y de inversión… de preparación para este momento. Y ahora que nuestro momento ha llegado y recogemos el fruto, a veces despierta envidias. Pero ¿cómo explicarle ese esfuerzo a muchos que incluso han tenido que vender sus casas para llevar una vida digna y completar de ese modo la irrisoria pensión? ¿Cómo explicarles que con la esperanza de vida actual, incluso el efectivo de la venta de su casa se irá agotando en el plazo de unos cuantos años?…

Y luego está la rabia. La rabia por esa confianza depositada en esas promesas que no se incumplieron, pero que en la práctica resultan una estafa. Cobramos sí… pero ¿toda una vida aportando a un sistema para esto? ¿Para no poder costear ni siquiera una existencia mediocre? ¿Cómo hemos podido ser engañados de esta manera y que no haya pasado nada? En el fondo, muchos se sienten culpables de no haber hecho nada… y precisamente por eso empezaron a callar, en la misma medida en la que miseria se engrandecía sin promesas incumplidas, pero inexorablemente… Y el remordimiento por no haber actuado hace que nos desayunemos nuestra propia rabia… a grandes dosis, pero una vez más, en silencio.

Sutil. Muy sutil. Así fue todo. Nunca pasó nada… pero pasó todo.

P.D.- Una gran diferencia del ser humano con otras especies reside en que el primero es capaz de imaginar escenarios alternativos a la realidad y prever sus consecuencias. Es una capacidad exclusivamente humana, pero que permite salir a la calle con paraguas, por si acaso llueve. Algo que actualmente no esté sucediendo, pero que puede pasar. Imaginar escenarios de realidades alternativas tiene un sinfín de utilidades. Una de ellas, por ejemplo, nos permite escribir relatos de ficción… y otra, es poder ser previsor. Por si «llueve» en 2046.   😉


Y esta entrada se la dedico a mi hermana Blanca Bettschen, que acaba de ganar el primer premio de novela en castellano en la XLII edición de los Premios Literarios Kutxa Ciudad de Irun, con su obra «Juegos de Lógica«.

Cómo crear un pequeño patrimonio financiero.

Estoy realmente convencido de que la creación de un pequeño patrimonio financiero puede llegar a gestionarse de forma relativamente fácil: la cosa pasa por aportar un poco de dinero. Y repetir esto una y otra vez, con paciencia y constancia. Y ya está… casi.

Y digo “casi”, porque lo segundo, es tratar de asegurar que ese dinero crezca. Y para ello tendremos que vencer a tres grandes enemigos: por un lado, la inflación, que tratará implacablemente de hacer que ese dinero aportado con esfuerzo cada vez valga menos. No que tengamos menos dinero, sino que con la misma cantidad de dinero podamos comprar menos cosas.

Por otro, los impuestos: que complementan el daño provocado por la inflación, quitándonos directamente, esta vez sí, cantidades nada despreciables de dinero. Sobre los fastidiosos impuestos, sólo me pronunciaré diciendo que deben existir por el bien social… pero su cuantía depende de la gestión de los gobiernos…

Y finalmente, el peor de los enemigos: nosotros mismos… débiles almas en lucha constante contra el sinfín de tentaciones de este mundo. Pecadores todos, de alguna u otra manera. Y es que, al fin y al cabo, hay que vivir. Y vivir, cuesta. Y la vida sin caprichos, es una vida algo peor. Lo que termine costando, ya depende de cada uno. Y ahí es donde el sentido común, la prudencia, la paciencia y la sensatez deberían mostrarnos un camino por debajo de nuestras posibilidades (manida frase ésta, pero no por manida deja de tener razón).

Sobre la creación del pequeño patrimonio, la primera parte (aportar dinero) es relativamente sencilla. Si hay trabajo podríamos decir que está prácticamente resuelta.

La segunda (tratar de asegurar que el dinero crezca) es algo más complicada, pero para quitarle esa complejidad tenemos al de nuestra parte el factor tiempo. Y es que una inversión mantenida a lo largo del tiempo, es poco probable que sea ruinosa… La inflación y los impuestos, son inevitables… Cuidarse de uno mismo, no tanto…

Contado así, suena estúpidamente sencillo: acumular capital en el tiempo y asegurar que el dinero crezca.

Parece sencillo. Y lo es. Sin embargo, tal como he comentado, nuestro peor enemigo somos nosotros mismos, que nos creamos obstáculos donde no los hay. Vemos complejidad donde no la hay. Difíciles decisiones, donde no existen. Trabas, una tras otra, que justifican el no hacer nada…

Comodidad.

Llegar a crear un pequeño patrimonio puede ser tan sencillo como hacer una transferencia periódica a un fondo de inversión que tenga una distribución mixta de renta fija y renta variable. Y olvidarse de ello hasta la jubilación.

Y ya está. ¿A qué suena estúpidamente sencillo? Lo es. Si quieres empezar, no valen excusas.

Feliz cumpleaños, Ernesto Bettschen.

“Feliz cumpleaños, Ernesto Bettschen” es un artículo escrito por Ernesto Bettschen.


Feliz cumpleaños, Ernesto Bettschen.

45 años. Nada más y nada menos. Y tú que siempre que pensaste que tu fecha de caducidad eran los 27. No sé por qué. Pero aquí estas. 45.

Es una buena edad. No entraré en muchos detalles. Pero a mí me lo parece. Es un momento en el que todo lo que has vivido está ahí, con lo bueno y con lo malo, y ha sido la forja de lo que eres hoy. Y es lo que tienes, junto con lo que aprendas, para lidiar con el incierto futuro. La incertidumbre… es algo con lo que se aprende a vivir. Al fin y al cabo, hemos llegado hasta aquí, ¿no?

45. Y, hasta ahora, bien “amortizados”. Que me quede como estoy… No es una mala reflexión.

En este sentido, creo que he tenido que llegar a esta edad para interiorizar realmente la enseñanza de Fansworth de que lo más valioso de todo es el tiempo. El tiempo, que como el dinero, si se ha invertido bien, nos aporta una rentabilidad en forma de enormes recuerdos que de un modo u otro me siguen haciendo disfrutar. Que bien invertido, me ha permitido seguir en compañía de personas que siguen generándome enorme interés. Y que bien invertido, espero me reporte una renta a futuro en forma de inquietudes, retos, intenciones… Un sinfín de cosas que me hacen mirar hacia adelante con entusiasmo.

“El tiempo es lo más valioso del mundo”. Yo tampoco me cansaré de repetirlo. Cuando digo que he tenido que llegar a esta edad para interiorizarlo, puede sonar a tarea sencilla, Pero nada más lejos: ser consciente de la conjunción de esto con la imprevisibilidad del futuro, y llegar a aceptarlo, a mí, no me ha resultado tarea fácil. No es sencillo aceptar las posibilidades que la vida me ha enseñado no se rigen por probabilidad. La incertidumbre que nos pone delante el inescrutable futuro puede depararnos un final “abrupto”, o una existencia tal vez más larga de lo esperado. Incluso la situación “normal” es algo difícil de asimilar: los años van pasando. Y hoy es el primer día del resto de mi vida. Mañana no sé si estaré mejor o peor, pero una cosa es segura, un día más vivido es un día menos por vivir. Y es decisión mía hacer una inversión en tiempo a corto plazo.

Pero aquí también deben aportar algo esos 45 años de experiencia en este mundo: eso de vivir cada día como si fuera el último, suena fenomenal. La teoría es preciosa, pero en mi caso, la práctica es inasumible. La frase “soy comedido en mis excesos” es mía. Cada cual que la interprete como quiera, pero doy fe que pone en la balanza una existencia de disfrute.  Y enfrenta lo inenfrentable: comedimiento y excesos. Estoy seguro que quienes me conocen, me dan la razón…  😉

Y ese balance entre comedimiento y excesos se alinea poderosamente con lo que Fansworth llama (f)independencia, y aporta un puntito de sensatez a la ecuación vital de uno. El “carpe diem” está muy bien… pero si el “carpe” de hoy, compromete el “diem” de mañana, a ver cómo te las ingenias para poder “carpe” mañana… No sé si me explico. El papel lo aguanta todo. La realidad, no tanto.

Y así, buscando el Santo Grial de la (f)independencia (que personalizado en Fansworth parece hasta alcanzable), el futuro tan incierto se vuelve un poco más generoso… y si el final es “abrupto”, creo que los míos no quedarían desamparados… y si, por el contrario, la cosa sigue… de momento creo que podrá seguir, espero que como hasta ahora: con un algo de comedimiento, y otro poco de exceso. Y mientras tanto, trabajando por mi (f)independencia.

45. Feliz cumpleaños, Ernesto Bettschen.

La resaca.

El optimismo ha vuelto. ¡Qué bien! Un paseo por cualquier sitio de veraneo nos aleja de cualquier duda: mucha gente. Vinos por aquí, helados por allá, chiringuitos a rebosar a la hora del aperitivo, comidas con copa y copiosas cenas. La verdad es que ya tocaba. A poco tiempo de meternos en 2018, la crisis de 2008 parece haber llegado a su fin… Diez años para remontar el vuelo… (y aun así, un humilde servidor cree que hay cosas que ha llegado para quedarse… algunas buenas, como el consumo colaborativo, y otras menos bondadosas, como la precariedad laboral). Pero haciendo un análisis superficial, en base a percepciones muy primarias (gente en los locales consumiendo, algunas cifras en la prensa, etc.), parece que todo ha mejorado bastante.

Siempre he oído por ahí que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”, y puede ser que sea así… Desde nuestro puesto en la cumbre de la pirámide evolutiva criticamos la “memoria de pez”, pero no hacemos el ejercicio de la autocrítica. Y es que al fin y al cabo, volver a lo de antes es más divertido. Total, diez años tampoco han pasado tan despacio, y si hemos salido de esta, saldremos de la siguiente. Y vuelta a empezar.

No es momento de pensar en ahorro ni inversión. Y mucho menos en el concepto elaborado de la “independencia financiera”. Hoy no. Ya veremos mañana.

Y es que, hasta los mercados están de fiesta… Más altos que bajos. Más optimistas que pesimistas. Más para ser observados que otra cosa… y aunque esto no es mala cosa para el resto de los mortales, los inversores de largo plazo orientados a la compra espaciada, en busca de buenas oportunidades, entre tanta fiesta, estamos un poco más apagados. Es lo que tiene cambiar el paso. Que uno desentona en el desfile.

Y que no pare la fiesta… pero por lo menos que nos dé un respiro, no vaya a ser que la resaca, unida a esa memoria de “homo sapiens sapiens”, nos lleve a revivir la historia de 2008…

La independencia financiera no es como te la imaginas.

La independencia financiera no es como te la imaginas” es un artículo escrito por Ernesto Bettschen.


Si has dedicado algo de tiempo a leer este y otros blogs de temática similar, todos tenemos un enfoque parecido. Detrás de las personas que escribimos sobre independencia financiera subyace un convencimiento de que, en el mejor de los casos, es posible alcanzarla. Y en el peor, el esfuerzo de su consecución no será vano, ya que como poco ayudará, en mayor o menor medida a vivir mejor.

Pero la independencia financiera por la que te esfuerzas hoy, muy probablemente diste mucho de lo que te imaginas para el mañana. Y es que tu “ser” de hoy, tampoco será igual al “ser” de mañana.

La búsqueda de independencia financiera es un proyecto a largo plazo. En ocasiones, a muy largo plazo. Y como decía mi padre, “los años no perdonan”. Añádasele que la mente nos traiciona, y nos engaña dibujándonos un futuro de abundancia con nuestra presencia de hoy, con nuestro “ser” sin demasiadas variantes. Nos imaginamos a veinte, treinta o quizá cuarenta años vista con el mismo aspecto y las mismas capacidades incorruptas. Quizá en lugares lejanos, practicando ese deporte que siempre nos gustó, o dándonos a esa afición que nos entusiasma, con el mismo vigor, ganas y desempeño que tenemos ahora.

Pero la realidad es bien distinta. Cuando yo dibujé mi plan por primera vez tenía unos cuantos años menos y algunos planes más… y por el camino, a la par que mi plan iba avanzando, los acontecimientos (escogidos algunos, fortuitos otros) iban moldeando mi realidad.

Y así, sin apearme jamás de mi plan, la realidad se impuso a todo. Se impuso, se impone y seguirá imponiéndose. Y el plan, como casi todos los planes, tuvo, tiene, y tendrá que modificarse para adaptarse a esa realidad cambiante.

Yo no elegí tener una hernia de disco que según el día me limita hasta rabiar… Ni esa presbicia que me hace jurar el día que me dejo las gafas en casa…

Pero sí elegí un proyecto de familia a e hijos.

Independientemente de todo, mi plan continúa ejecutándose. Pero mi escala de prioridades ha cambiado sustancialmente desde aquel día en que decidí ejecutar mi plan. Ese plan que a día de hoy, mantiene su finalidad, pero modificado en tiempo y forma por los acontecimientos.

“Yo soy yo y mi circunstancia”. Y mi yo de hoy es diferente de aquel que ideó el plan… Y tanto yo, como el plan y la idea de la independencia financiera, hemos cambiado.

Mencionaba Fansworth en una entrada anterior una frase mía: “Lo difícil no es hacer dinero. Lo realmente difícil es equilibrarlo en la balanza de la vida”… y es que una vez que la constancia en la ejecución del plan produce su resultado y confirma la primera parte de la frase, la dificultad reside en cómo manejar el resultado: hacer o dejar o dejar de hacer cosas… porque, una vez más, nuestro tiempo se revela como lo más valioso del mundo… y esas ideas que tal vez estoy posponiendo hoy, puede que se marchen… para no volver.

Es el precio más alto a pagar por la independencia financiera. Es ese equilibrio en la balanza de la vida del que hablo en mi frase… ¡Qué decisiones más difíciles!

Y así, ya no me veo tan lejos, ni haciendo tantas locuras… Sólo algunas 😉

Ser inversor es lo peor.

En muchas de las conversaciones que mantengo y en las que sale a relucir el tema del dinero (que si las pensiones, que si es un disparate lo que cobran los consejos de administración, que si mengano se ha forrado, que si me queda mucho mes a fin de sueldo…), cundo uno revela su faceta de inversor, a veces, se siente como un bicho raro.

E incluso en ocasiones uno se percata de que es visto como un auténtico siervo del mismísimo Satanás… imaginado como un especulador sin escrúpulos, rendido a la seducción del vil metal, deshumanizado, avaro, egoísta, desconfiado e incluso peligroso…

Y en estos casos, el discurso suele ser siempre el mismo: que si las empresas explotan a los trabajadores, que si nos roban, que mira lo que pagan a sus directivos, que si ponen a la gente de patitas en la calle… Y un sinfín de verdades, casi siempre a medias, todas ellas negativas. Ni un atisbo de bonanza. Ni un ápice de esencia positiva… Y casi siempre, el interlocutor es consumidor de muchos productos / servicios (en muchos casos absolutamente prescindibles para él) suministrados por tan demoníacas empresas… Demoníacas sin más. Porque sí. Sin más análisis.

Creo que la explicación a este fenómeno de crítica sin demasiado fundamento se detalla muy bien en el libro “Pensar rápido, pensar despacio”, de Daniel Kahneman, donde se explica el comportamiento basado en lo que el autor denomina “WYSIATI” (acrónimo de “what you see is all there is” o, traducido, “lo que ves es todo lo que hay”).

La idea que subyace en éste acrónimo, es que nuestro cerebro tiende dar respuestas basadas únicamente en la información que percibimos directamente (básicamente, la que vemos), sin tener en cuenta muchísimos datos que deberían formar parte de nuestro análisis y que en muchísimos casos cambiarían nuestra percepción y juicio radicalmente.

Este sesgo del conocimiento, además se ve reforzado por que nuestro cerebro es propenso a construir una “narrativa” con la única información de que dispone. Y esta narrativa, cuanto más sencilla, más creíble para nuestro cerebro… y más convicción para nosotros mismos. Así se explica ese discurso frágil… que además se refuerza con la falta de humildad por desconocimiento.

Así, nosotros, pobres inversores, quedamos estigmatizados… sin más datos de los que alguien ajeno al mundo empresarial puede contemplar. Sin el análisis de los cientos de miles de puestos de trabajo que crean las empresas, sin el valor social de muchos de sus producto / servicios, sin tener en cuenta las fundaciones, proyectos, donaciones, etc. que las grandes empresas promueven… Sin pararse a evaluar que casi ninguna empresa obliga a nadie al consumo de sus productos. La existencia de una competencia feroz y un ecosistema basado en la contradicción de que nadie quiere pagar pero demanda lo mejor.

A ojos de muchos, sólo existe “lo malo”.

Pero los datos están ahí: las empresas proporcionan productos y servicios de consumo. Generan empleo. Crean fundaciones y, realizan labor social. Y si una empresa paga dos millones de euros a un directivo… creo que cabe preguntarse también si ese directivo no habrá hecho ganar otros cien millones a la empresa… Porque la cuenta sale. Sale para el directivo, y para los accionistas que apoyaron su gestión.

Porque al fin y al cabo, ser inversor, en la concepción del término que barajamos en este blog, es eso, es depositar confianza en compañías que proporcionan productos y servicios a la sociedad, con modelos de gestión que permitan hacerlo de forma sostenida en el tiempo, y con la capacidad de premiar es confianza con alzas en la cotización y repartos de dividendo. Con sus luces, y sus sombras, que no todo es de color de rosa. Pero por lo menos, pongámoslo en la balanza. Añadamos incógnitas a la ecuación. Planteémonos si son merecedoras de nuestra confianza. Y entonces sí. Invirtamos con criterio. El mismo que esperamos recibir al ser juzgados.