Actitud vital.

Ayer asistí al funeral de un amigo. Una gran pérdida. Enorme. Se marchó discretamente. Exactamente igual que vivió.

Mi amigo, en vida, ya dejó dicho que quería que le incinerasen. Y así se hizo. La verdad es que se me hizo muy raro ver el féretro desparecer tras una cortina. Y ya. Adiós para siempre.

Y digo que se me hizo raro, porque mi amigo era de esas personas que no deberían marcharse nunca. Porque de una forma u otra consiguió hacer de situaciones normales momentos memorables, y me consta que hizo más feliz muchos momentos de no pocas personas. Recto en conducta, fuerte en la adversidad, ameno, divertido y creador de un pequeño imperio: empresario e inversor.

Y la mezcla de todo daba como resultado el mejor compañero imaginable de cuchipandas …

Es una consecuencia nada desdeñable de la independencia financiera, complementada por un carácter, energía y humor envidiables. Una actitud vital.

Actitud vital.

Es raro ver cómo ese todo, al final, desaparece tras una cortina dejando todo, absolutamente todo, atrás.

– ¿Todo?

– No, todo no… porque al final, lo que nos llevamos, nadie nos lo pude quitar: el recuerdo de las experiencias vividas.

Mi amigo deja su imperio que sigue siendo terrenal, para disfrute de su viuda e hijos. Y se va del mundo, igual que vino, sin nada. Sólo con esos momentos que ya nada podrá borrar… el fruto de su actitud vital.

Cuento todo esto, porque los sentimientos me llevan a querer intentar transmitir una lección vital que creo que Victor Frankl(*) relata como nadie en su obra “El hombre en busca de sentido”: tenemos que aprender que no podemos esperar nada de la vida, y enfocar nuestra existencia a que es la vida quien espera algo de nosotros”.

Corren tiempos en los que en muchas de las conversaciones que mantengo con la gente, me dejan un sabor amargo: parece que muchos de nosotros estamos esperando algo que no llega. Un golpe de suerte o algo (tan ambiguo como eso: “algo”) que cambie para mejor nuestra vida completa.

Desengañémonos ahora. No podemos esperar eso. Cambiemos nuestra actitud vital (en la dirección que nos señala Victor Frankl) y veamos qué somos nosotros capaces de aportar a la vida.

Y tampoco dejemos de pensar en nosotros mismos, porque al final no nos podremos llevar absolutamente nada material. Tratemos entonces de llegar a ese momento con un equilibrio entre lo vivido y lo que dejamos.

Puede parecer contradictorio, pero no lo es. Doy fé de ello con mi propia experiencia (que ya tengo unos años): pensar en aportar (a la vida) produce el maravilloso efecto de hacernos recibir mucho más. Y así, no te quepa la menor duda, de que aumentarás tus posibilidades de llegar a ser (f)independiente, sin caer en la desgracia que aquel que murió tan pobre… que sólo tenía dinero.

 

 

P.d.- Esta entrada va dedicada a tí, amigo mío. Dondequiera que estés… (y siempre en mi memoria).


(*) Victor Frankl fue un neurólogo y psiquiatra austriaco que consiguió sobrevivir desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis. El libro “El hombre en busca de sentido” narra su experiencia.