Te lo vas a comprar, aunque no te haga falta.

«Te lo vas a comprar, aunque no te haga falta» es una entrada escrita por Ernesto Bettschen.


Este mes, en una tertulia financiera, la conversación en un momento derivó hacia nuestros hábitos de consumo. Desde estas páginas siempre hemos “predicado” gestionar el gasto… con toda la dificultad que eso conlleva y aunque “gestionar el gasto”, como declaración de intenciones, puede sonar bastante sencillo, la ejecución de ésta declaración, es de hecho bastante compleja.

De un tiempo a esta parte, asistimos a una gran sofisticación de las herramientas de marketing, y las nuevas tendencias del comercio nos ponen muy difícil resistirnos a la tentación de convertirnos en auténticos “Compradictos”. Si nos paramos a reflexionar cómo ha evolucionado el marketing, veremos que en pocos años todo ha cambiado muchísimo.

Hace relativamente poco, éramos transeúntes por calles con vistosos escaparates. Salíamos a comprar. Primero en tiendas de barrio. Luego, empezaron a aparecer centros comerciales. Un “todo en uno” donde ahorrar tiempo, sin tener que desplazarnos de sitio a sitio. Todo un ahorro, ¡oiga!

Casi a la par, vendedores se presentaban por las casas ofreciendo algunos productos (la enciclopedia era un clásico)… y no tardaron en aparecer las primeras ventas por catálogo. ¡Que comodidad! ¡y sin salir de casa!

En un periquete, la publicidad inunda nuestras vidas… aunque no es demasiado selectiva. La televisión nos pone delante de los ojos atractivos productos y nuestros buzones de correo postal no han vivido mayor época de gloria. De cada cinco cartas, cuatro son maravillosas e irresistibles ofertas, ¡porque como nosotros no hay nadie!

Y aparece la web.

La publicidad empieza a dejar de ser “empujada” hacia nosotros. Ahora tenemos alguna capacidad de elección y podemos elegir qué escaparate mirar a golpe de URL. Así, a la publicidad que estamos casi obligados a consumir, añadimos una de consumo propio y voluntario… ¡por fin un poco de sensatez!¡oiga!

Y el correo en papel empieza a ceder espacio al correo electrónico, y poco a poco el “spam” (correo electrónico no deseado) se cuela en nuestras vidas. ¡menos mal que podemos filtrarlo!

Muy poco más tarde, la web ha evolucionado y los buscadores de internet nos plantan en los escaparates de lo que nos interesa mediante términos de búsqueda. Ya no hay un solo sitio donde mirar, la oferta es enorme. Y sin darnos cuenta empezamos a dejar un rastro digital muy apetecible para las marcas. Pero al fin y al cabo, buscamos cosas que nos interesan, así que si me ofertan esas cosas, todo va bien, ¿no?

Y sin darnos cuenta, nos plantamos en un escenario en el que ya estamos inmersos en una era de comercio digital: se compra y vende a través de la red, se crean departamentos de atención al cliente “online”, y comienza un nuevo tipo de comercio. La fidelización de clientes ya es un objetivo claro. El perfilado de clientes, la segmentación…

Y aparecen las redes sociales. Y con ellas, no solo navegamos, sino que además vamos contando qué hacemos, qué nos gusta, qué deseamos, quiénes son nuestros afines, dónde vamos, dónde comemos, qué nos ponemos… ¡somos protagonistas!

El siglo XXI ha llegado. Y para celebrarlo, inclinamos todos la cabeza hacia abajo, no como señal de respeto, sino para mirar nuestros teléfonos inteligentes. ¡Podemos hacer lo que queramos! ¡cuando queramos! ¡desde cualquier lugar!…

Estamos conectados. La mensajería online nos “acerca” a todos. Las noticias corren por la red y el tiempo se comprime. Todos tenemos millones de amigos, ¡y estamos a un doble check del último chiste!

Nuestros hábitos de consumo hace tiempo que han dejado de ser ningún secreto. Estamos fidelizados con miles de tarjetas de marcas, pero en contrapartida ¡qué de ofertas personalizadas recibimos!

Dos pequeños cambios más que nos alegran la existencia: la oferta que antes se hacía por margen, ahora se hace por volumen… y empezamos a ver montañas de calcetines… a ¡1€!… ¡¡¡me llevo 5!!!, muebles baratos casi de usar y tirar, y hacemos deporte súper súper equipados… y encima, nos lo ponen en casa… desde cualquier lugar del mundo.

El ying y el yang conviven en perfecta armonía: somos capaces de esperar casi un mes para esa baratija que viene de la mismísima China, y a la vez somos víctimas de la “inmidiotez” (el término es mío), y pagamos por tener el último gadget puesto en nuestra casa tan sólo dos horas después de haberlo pedido…

Nuestro perfil ya es único. ¡Qué lejos quedan los escaparates! A día de hoy, los grandes vendedores de internet ya saben cuál será nuestra próxima compra y cuando la haremos. El big data ha llegado, y con él una capacidad sin precedentes para darnos lo que nos gusta cuando nos gusta. ¡Cómo resistirse!

Y encima, con un botón de compra de un solo “click”, ¡qué inventazo!

Y la última vuelta de tuerca es convertir todo nuestro consumo en algo recurrente: si prestamos un servicio… ¡suscríbete! Da igual que sea para ver series, que para escuchar música… que para ahorrarte los gastos de envío o mantener en plena forma la caldera o la nevera… ¡suscríbete! ¡comodísimo!

Y lo mejor de todo: el futuro está por venir.

Hace tiempo se decía que “un tonto y su dinero no están mucho tiempo juntos”.

Hoy, con la (f)independencia en mente, debemos ser muy conscientes de que realmente resulta bastante complicado resistirse a todo esto. Complicado por no decir “casi imposible”.  Es muy probable que un listo y su dinero tampoco permanezcan demasiado tiempo juntos. Si no todo su dinero, por lo menos una parte nada desdeñable.

Ya dejamos por aquí alguna reflexión sobre el “Consumo responsable”… y para poder racionalizar ¿nuestro?(*) impulso comprador debemos plantearnos si ese impulso obedece a ese patrón que Emile H. Gauvreay define tan bien: “Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar el dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan”.

Con esto en la cabeza, paradójicamente voy a pedirte que te plantees realizar la única suscripción que puede jugar a favor de tu (f)independencia: date la oportunidad de generar un activo. Suscríbete… a un fondo de inversión. No te pongas excusas. No tiene por qué ser complicado. No más que cualquier suscripción que ya tengas… No caigas en la parálisis por análisis. Simplemente ¡hazlo!… y concédete ver qué pasa. Una inversión desastrosa es mejor que no invertir nada. Y a nada que pongas interés, y le dediques la centésima parte del tiempo que dedicas al comercio, estoy seguro de que darás con un fondo al que hacer una aportación periódica y que en el largo plazo se convierta en una contrapartida a tanto gasto.


(*) “nuestro” lo pongo entre interrogaciones porque creo sinceramente que hace tiempo que hemos perdido nuestra capacidad de control: hemos llegado a un punto en que el impulso comprador sólo se regula “por las malas”…).